domingo, 17 de junio de 2018

Epístola a las estrellas

En un rincón de la habitación se encuentra un hombre de cabello largo y oscuro, vestido con un abrigo negro hasta los pies, mirando por la ventana, mientras suena una balada deprimente de fondo, y en soledad anuncia:

- A veces resulta más difícil desarraigarse un "amor" que nunca pudo ser.  Suspira - Porque en la idealización imaginaria es perfecto, un plano ideal. No obstante, en el plano real, en el amor vivido día a día, esa perfección no es más que solo eso, un vano ideal imposible de alcanzar.

Son esos amores fugaces a los que nunca se terminaron de conocer, que duraron lo que una mágica y deslumbrante estrella fugaz. Serían en la constante línea de tiempo, estable y tendida, una montaña-rusa de emoción. Donde existe esa canción que te acelera el corazón, donde te falta el aire al sentir su aroma, o te transpiran las manos cuando ves falsamente esa silueta perfecta.

El hombre camina hasta la otra punta de la habitación y se enciende un cigarrillo. Continua hablando, pero de manera más lenta y pausada.

-Hasta que te habitas a tu realidad, donde te acompaña la ausencia, y no hay nadie más que su gran amiga Soledad, cautivada, mirándote mientras caminas por la avenida.

Y es ahí, donde te das cuenta que estás solo. Porque no existe quien trasmita la emoción de encontrarte en el cruce de sus pasos. No hay nadie más que el viento que despeina tu cabello, y no hay más que el frío del invierno que haga arder a tus labios. No hay quien te vea irte desde la vereda, mientras te alejas y te observas en lejanía. Y vos, en lo alto del adiós, lo ves por la ventanilla empañada de deseos.

Alta y blanca, única compañía. La música y el cigarrillo reproducen el recuerdo en sonido y en sabor, de los momentos de felicidad. Donde no son más que un recuerdo recortado, puramente idealizado.

Es un círculo del que no se quiere salir, porque es lindo tener a alguien en mente.

Nos domina la necesidad de depositar aquello que nos falta, nuestro libido sobre alguien. En un otro distinto al Yo. Y sufrimos cuando lo depositamos en quien no existe.


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