sábado, 20 de enero de 2018

Tibio y amargo

Me gusta levantarme temprano y saborear el amargo café de un sábado por la mañana.
Abro los ojos y después de dos horas de música en la cama y desmesura ajena expandida ostentosamente en Instagram me levanto. Me levanto y preparo el café, nunca me sale como me gustaría, a veces es demasiado caliente, a veces demasiado frío, unas pocas veces muy dulce y en su mayoría muy amargo. Pero nunca puedo encontrar el punto exacto en donde el café me sepa a ese sabor que recuerdo haber tomado un 29 de Marzo a las doce de la noche en la estación de servicio, ese sabor avainillado acompañado de esa mirada cansada, de esos ojos negros, no marrones, negros, negros y profundos, penetrantes, intimidates, que acompañaban la risa de besos con sabor a tabaco y alcohol.
Me levanto y preparo el café, mientras se calienta el agua saco el mantel, odio los manteles, ese pedazo de tela gigante, prefiero los individuales, los individuales no ocupan mucho espacio, los individuales no se comparten, los individuales son de uno, los manteles son cosa de familia.
Me levanto y preparo el café, lo bebo, amargo, otra vez amargo. Me siento en la silla con mi amargo café apoyado en mi individual, mirando la pared blanca y pobre de vida, lo único que puedo divisar es un antiguo reloj roto. El tiempo... Un largo trago de amargura negra y vuelvo la mirada al reloj, ahí no se pasa el tiempo, no se mueve, está roto, las manecillas se congelaron en un punto exacto, en algún momento preciso, y ya nunca más volvieron a avanzar.
Salgo del reloj y me introduzco en mi. ¿Cuándo fue la última vez que pudiste amar? Le doy otro trago al café, ¿Cuánto tiempo más vas a esperar? Otro trago al café, ¿Te pesa la soledad que vos mismo buscas? Otro trago al café ¿Tanto miedo le tenés a que te puedan sanar? Me termino el café.
Tabaco suelto, filtros y papeles, armo un cigarro y apoyado sobre el marco de la ventana lo fumo, cerrando los ojos y soltando el humo acompañado de un suspiro que se pierde entre palomas y cables, imaginando que donde quiera que estés, ese humo mezclado con la brisa de este verano, aterriza en tu rostro memorando tu invierno número 17, donde abrazaste a mi indulgencia sostenida por un hilo de estrellas fugaces que dejaban una estela de escarcha en el suelo de mi alma.
Limpio la taza del café, otra vez amargo, amargo y tibio, hace mucho tiempo ya que no tomo un dulce café caliente. La ansiedad me hace sacar el agua antes de tiempo y mi pánico al azúcar escatimar en endulzarlo.
¿Alguien tiene tiempo para prepararme una taza de café? ¡Prometo beberla en cinco minutos si es necesario! Tampoco hace falta que nos conozcamos, pero por favor, ¿Alguien seria tan amable de prepararme una taza de café?.