lunes, 10 de septiembre de 2018

Transmutación resiliente

"El tiempo es una ilusión. Las alas estallan justo en el instante en que se está preparado para emprender el vuelo.
Muere el cuerpo que fue, se transforma el espíritu del ayer, nace ante el dolor una fuerza suficiente para que inunde de belleza la mirada de los otros, de poesía sus almas, de música su corazón y de sentido sus vidas...Entonces llega el momento de volar, ni un segundo antes, ni un segundo después."

Mojan las frías siluetas de una sirena,
Rozan las dudas que pintan esta ciudad.
Un día solía abrazar este mi gran quita-penas
Hasta que un día volando se supieron esfumar.

Una túnica negra alzando su mano,
Sola entre llantos contemplando un cometa al pasar.
Como aquel día reflejando mi luz en la arena,
Adornando aquellas campanas que suenan por mi funeral.

Tapado en el fondo al alba respondo
Que nuestro ataud estaba hecho de papel,
Solo veo un espejo con un triste reflejo.
Era solo la pared con un niño riendo a mis pies.

Cada vez que me alejo de mi,
Cada vez que te escucho reír,
Cada vez que sollozo ante ti,
Cada vez que te veo partir.

Me divido en mis ojos por ti,
Olvidando el infierno que fui,
Como cuando el cielo tronaba.
Soledad dime que has hecho de mi.

En mi vida no hay color gris,
La nostalgia es insensible por fin.
El sonido del rojo ante ti,
Pero la luna me ciega los ojos.

Obtener cada día un manto estelar,
Cada día una oportunidad,
Recordando la vida que fui,
Y viviendo los gritos de ahora.

Por sentir,
Por saber,
Por vivir,
Por amar.

Por desear que el final solamente esté en mi,
Que el pesar de su alma es morir.
Por creer que algún día encontré
Este sueño del que me desperté.

Me solté galopando el horizonte sin fin
Sofocando una luna hostil
Navegando la nave te olvido.
Y un espejo me arroja al vacío.

Mientras caigo susurro recuerdame.

QEPD:
96-09
10-13
14-17

sábado, 1 de septiembre de 2018

Retornos

La noche decidió marcharse para morir en la pena utópica,
El niño que un día fuí,
Ahora amante de la vida caótica,
Le grita a su sombra un consejo para huir.
La pálida luna reposó sobre la solapa de un sombrero elegante,
Y la tormenta agito las paredes.
El polvo tapando el adelante,
Amando los temores de a quien le fui indiferente.

Era una noche fría de Agosto, un gran espacio gris plagado de personas llorando ante el vacio en sus bolsillos, reinando las veredas, con una mano alzada, rogando por clemencia frente a la arrogancia de su servidor.
Madres y niños, hijos y madres, caminando alborotados.
Palabras mudas y miradas de indiferencia, ciegos que pueden ver, manos que solo pueden tocar, sentimientos que no están permitidos, el calor que se ausenta, y un reloj de arena negro y opaco, sin arena, totalmente petrificado, no gira, no se mueve, no avanza, no existe, no puede, el rencor, la quietud. Una hoguera lo rodea.
Un reloj de arena sin arena, pintado de un negro mate muy particular, donde su contorno es fuego, donde muy por los bordes se puede observar la borrosa realidad, totalmente cegada por el odio y el rencor.
No permitimos que el tiempo avance, y nos estancamos en el lago del dolor, mientras la tormenta agita las ventanas.
Una flor que juzga, que no suelta el pasado.El fantasma de la soledad.
Hartos de la arrogancia, predicen mi actitud desmedida para tenderme una trampa, y yo, siguiendo mis mas bajos instintos reacios, caigo en ella.
Para cuando doy vuelta, las manos de un niño de 7 años se encontraban en mis costillas indagando, con intensión de comprender, buscando desesperadamente, tratando de encontrar el espacio entre hueso y hueso, para así introducir en mi una navaja que perfore mis pulmones. Mientras que con altura y psicopatía observa su hermano de 14 años.
Buscaban encontrar en donde había quedado la luz en mi, aquel alma, hoy prisionera, ingenua y pura.
El dolor y la desesperación, la soledad y la falta de contención alimentaron la vida de Mio.
Un triste tango de Domingo sonaba, acompañado de las campanas de la Catedral, las palomas volaron asustadas, atravesando las grises nubes que tapaban el sol, y mi cuerpo reposado en un charco de alguna antigua lluvia, vislumbraba la mayeutica, la mente no es un vaso para llenar, sino una lampara para encender, y una vez encendida, con mi ultimo esfuerzo de vida, gire la cabeza para notar que esos dos niños, de apariencia humilde e inocente, no eran nada mas que yo mismo buscando confuso al que un día fui.