lunes, 5 de septiembre de 2022

Café

Amanece en la ciudad y el sol entra por la ventana, iluminando los rincones de una noche muda. Decorando el silencio, con el canto de los pájaros y el alboroto de las palomas buscando anidarse en las plantas de mi balcón.
Los restos de polvo se vuelven brillo, atravesados por los rayos de día. Y la calma que antecede a la tormenta, se vuelve euforia ante la inminente llegada de esa mirada tierna en donde habita la miel.
No, no es miel, pero tampoco madera.
Tampoco es noche. Es más bien café con leche.

Y el problema con el café es que nunca me sale como me quisiera. A veces es demasiado caliente, a veces demasiado frío, unas pocas veces muy dulce y en su mayoría muy amargo. 

Nunca puedo encontrar el punto exacto en donde el café me sepa a calma.
En realidad, es estúpido de mi parte buscar calma en una bebida estimulante. Siendo su contenido cafeína. 
Sustancia psicoactiva.

Me levanto y preparo el café, mientras se calienta el agua saco el mantel. 
Odio los manteles, ese pedazo de tela gigante. Prefiero los individuales, no ocupan mucho espacio, no se comparten. 
Los individuales son de uno, los manteles son cosa de familia.

Me levanto y preparo el café. Lo bebo, amargo otra vez amargo. 
Me siento en la silla con mi amargo café apoyado en mi individual, mirando la pared blanca y pobre de vida. 
Solamente hay un antiguo reloj roto. 
El tiempo. 
Un largo trago de amargura negra y vuelvo la mirada al reloj. Ahí no se pasa el tiempo, no se mueve, está roto.
Las manecillas se congelaron en un punto exacto, en algún momento preciso, y ya nunca más volvieron a avanzar.

Salgo del reloj y me introduzco en mí. ¿Cuándo fue la última vez que pudiste amar? 
Le doy otro trago al café, ¿Cuánto tiempo más vas a esperar? 
Otro trago al café, ¿Te pesa la soledad que vos mismo buscas? 
Otro trago al café ¿Tanto miedo le tenés a que te puedan sanar? 
Termino el café y me angustio pensando en la finitud, solo pienso en el final de las cosas.
En el deterioro que implica el paso del tiempo, la perdida de brillo en la piel y el peso de la gravedad. La tendencia al deterioro del todo.
Pienso en la diabetes que podría significar el consumo habitual de azúcar. En las manchas de café que ya no puedo quitar.

Tabaco suelto, filtros y papeles, armo un cigarro y apoyado sobre el marco de la ventana lo fumo. Cerrando los ojos y soltando el humo acompañado de un suspiro que se pierde entre palomas y cables.

Limpio la taza del café, otra vez amargo, amargo y tibio. 
Hace mucho tiempo ya que no tomo un dulce café caliente. 
La ansiedad me hace sacar el agua antes de tiempo, y el pánico al azúcar a escatimar endulzantes.

Un escenario naturalmente bello, inicialmente perfecto, entristecido y abrumado por pensamientos intrusivos angustiantes que me dominan.

Evidentemente no soy bueno preparando café.
¿Alguien sería tan amable de prepararme una taza de café?

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