domingo, 12 de noviembre de 2017

Precios

He estado pensando, pensando, o más bien pasando, pasando, pesando. Pensando en cuantos gramos pesa un pensamiento, en cuantos llantos se vende un alma, en cuantos mililitros se obtiene un olvido, en cuantos vasos y cuantas copas se rentan las promesas. 
Cuál es el valor de vivir sin vivir, viviendo sin sentir, sintiendo sin disfrutar, sin ser la conexión real de lo que puede volar y lo que no. La convergencia del fuego y el aire, ganando la batalla, formando una danza majestuosa digna de aplaudir. 
El valor de lo importante y verdadero se mide en pulgares, lo superfluo se vuelve profundo, y lo profundo se vuelve denso.  
En medio de la sala centenares de máscaras, irrespetuosas y egoístas mascaras con el cartel de "Si te he visto no te recuerdo", "Si te visto no te pretendo" sería lo que más se acerca a la realidad. 
Mascaras maquilladas riendo fuertemente, aturdiendo el silencio con el cual no pueden lidiar. Que llaman a las cuatro de la mañana pidiendo algo que en verdad no quieren, no deseean, pero creen ingenuamente que es la única manera de conservar lo que son conscientes que no les pertenece. Aunque se nieguen rotundamente a aceptarlo. Porque es más dolorosa la noche fría en un séptimo piso, cuando la compañía no es más que el lado B de la oscura soledad.
Se puede tornar catastrofica una noche, dos noches, tres noches, un mes, un año, un año de noches durmiendo consigo mismes, sin máscaras, sin maquillajes, sin pulgares, sin deseo y sin pretensiones. 
Mascaras violadoras, demonios implorando clemencia en el sucio suelo donde se derrama constantemente el elixir del olvido. Implorando atención, implorando no ser uno más. 
Demonios que me toman la mano, demonios que me acarician la espalda, demonios que me toman por el rostro, demonios que me toman por la cintura, sin jamás pedir permiso, y un fuego negro que arde desde el interior 
No son más que máscaras, no son reales, nada es real, no son demonios reales. No son más que viles criaturas asustadas en un rincón gritando a muda voz sentirse al menos un poco deseadas, convencerse a sí que las voces del Super Yo no están en lo cierto, saberse ver algo distinto a lo cotidiano, a la cotidiana critica del espejo. Medir su ego en números de redes alienantes, en un universo totalmente inexistente, en un plano en donde lo verdadero se vuelve virtual, y la escalera de pulgares es el mandato mayor.  
¿Y yo? ¿Cuánto valgo? ¿Y vos? ¿A qué te vendes?. 

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