lunes, 18 de septiembre de 2017

Planta carnívora

Inhalo, no es así.
Exhalo, no es así.
Parpadeo, no es así.
Me preparo para hablar, no es así.
Comento alegremente un suceso, está mal.

Un negro humo cubre toda la habitación, una habitación blanca, musicalizada con divertidas melodías y suelos decorando las paredes.
Un negro humo cubre toda la habitación, se corrompe, se tiñe de oscuro dolor, como el papel carbónico en el que al escribir se deja una copia impresa de aquello que se escribió, una marca.
Un negro humo que se disipa y deja el caos.
Platos rotos, sillas volando, cuchillos en el suelo, un frasco de dulce de Leche contra la pared.
Paredes agrietadas, ventanas contaminadas, y un suelo manchado, una alfombra que gritaba, que recordaba, recordaba con dolor.
Un humo negro que es tragado por un ser que ocupa un centro físico de la habitación.
Una planta carnívora en el centro de la sala principal.
Una planta carnívora con dulces en su boca, con boca dulce, con palabras dulces.
Una planta carnívora que atrae sutilmente, que genera confianza, seguridad.
Una planta carnívora que al acercarse a ella te devora sin piedad alguna, pero no por completo. Si lo hace por completo sabe que en un futuro no tendrá de donde alimentarse.
Espera, te espera, te cuida, te cura.
Crees que te cura porque te quiere que se preocupa por vos. Pero la realidad es que solamente le interesa devorarte, tener de donde alimentarse.
Es cuando el negro humo vuelve a cubrir toda la habitación, la corrompe y la tiñe de oscuro.
Te vuelve a masticar.
Te vuelve a curar.
Se repite 21 veces 365.
Hasta que un día te lavas la cara, te limpias la lagaña de los ojos, la basura.
Hasta que un día descubrís que no veías bien, que la planta carnívora no era planta.
Descubrís que humanizaste un ser no humano.
Descubrís que el ser no humano, es un humano.
Descubrís que adelante tuyo hay un espejo, y en tus muñecas dos sogas que cuelgan del techo, manejadas por tu padre.

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